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  • Foto del escritorSergio Saad

LA VERDAD Y LA MATEMATICA

Actualizado: 9 ago

—La verdad es como la matemática. La verdad se construye como un montón de ecuaciones que van estructurando nuestra mente. Les creemos a los padres, a los maestros, a Internet. Construimos un esquema cuasi numérico que se va comprobando día a día.

Sí, había dicho "cuasi". Lo hizo unas cuadras antes de que los dejara en el Instituto Rossi, el lugar donde preparan el ingreso al Carlos Pellegrini, el colegio universitario al que esperan entrar él y mi hijo Alex. Este chico tenía doce años. Era compañero de Alex en el curso de ingreso.

Todo había comenzado con una simple pregunta:

—¿Cómo les está yendo en matemática?

No sé cómo llegó a usar "cuasi".

—Repite —había dicho Adriana, mi esposa, que los llevaba lunes, martes y jueves. Ella lo había escuchado la semana anterior.

—Cuando te educan en base a mentiras, las cuentas no dan. Ahí es cuando empezás a replantearte todo. Es como si te enseñaran que dos más dos es tres. Te lo dicen tus padres, tus maestros. Lo aceptás porque no te queda otra. Después vas creciendo y empezás a sospechar que algo anda mal. Pero cuando te juntás con otros iguales a vos, no te das cuenta.

Antes de que bajara del auto, lo miré por el espejo retrovisor y desafiándolo le pregunté:

—¿Y si no se comprueba? —dije refiriéndome al esquema cuasi numérico. Mientras masticaba el chocolate que venía comiendo en el viaje, aprovechó para pensar; y preocupado me contestó—: Al principio, siempre se comprueba. Necesitamos creer para crecer. Pero cuando la realidad nos indica que nos mintieron, pueden pasar dos cosas. La primera es que insistamos en hacer las cuentas mal. Así es como nos juntamos con gente que calcula mal, igual que nosotros. Así es cómo armamos grupos que protegen nuestras mentiras. A cambio de proteger las mentiras de los demás. Para algunos, eso resulta suficiente.

Mi hijo Alex estaba fascinado, lo miraba con los ojos muy abiertos:

—¿Y la segunda? —preguntó intrigado.

Su compañero se disculpó por el silencio, haciéndole un guiño; había visto a una compañerita del curso. Entonces continuó:

—Cuando nos retrucan con cosas evidentes, cosas de la realidad que no se pueden negar, empezamos a darnos cuenta que nuestro sistema de cuentas está equivocado —se tomó un trago de Coca; y como si contara un cuento, siguió—: Modificar eso. ¡Uf! —hizo una pausa que parecía estudiada—, es durísimo. Implica reestructurar nuestra mente con riesgo de colapsar. Disculpá, pero me tengo que ir—. Alex ya había bajado del auto y al pibe le había quedado la cara manchada con chocolate, pero no le dije nada. Después de semejante locución, no podía decirle "tenés un bigote de chocolate."

Me dejó preocupado. En la cena le pregunté a Alex por este personaje. Cuando lo llamé así, se enfureció:

—Es mi amigo y no es ningún personaje —dijo muy enojado. Me disculpé. Le dije que en realidad no entendía por qué estaba tan obsesionado con el tema de la mentira. Por lo bajo, me contestó:

—Porque le mintieron toda su vida.

Adriana, que estaba de espaldas, se dio vuelta y lo miró sorprendida. Evité la pregunta "en qué le mintieron" y preferí centrarme en los razonamientos que planteaba. Le pregunté a Alex si entendía de qué hablaba su amigo. Él asintió con la cabeza. Tranquilo, me contestó:

—No es muy complicado. La suma de verdades se corresponde al pensamiento matemático de las personas. Cuando nos educan en base a mentiras, es como enseñarnos a hacer las cuentas mal, Entonces nosotros insistimos, insistimos haciendo la misma cuenta, esperando que alguna vez nos dé el mismo resultado que le da a todos. Pero nunca da...

—Nosotros no te mentimos nunca —interrumpí—. Bueno, una vez y te pedí disculpas.

—Papá. Dije nosotros para ponerte en situación. No seas tan literal.

Noté cierta grandilocuencia en el tono, que estaba cobrando vida. Alex tomó un trago de agua, y continuó: —Repetimos. Porque para nosotros lo que nos dicen ustedes es la verdad y creemos que somos nosotros los que fallamos. Así es como calculamos, una y otra vez, de la misma forma que aprendimos de ustedes. O mejor dicho, que ustedes nos enseñaron... O sea, mal —hizo una pausa, esperando mi reacción de Padre (así, con mayúscula).

Ante mi silencio estratégico, Alex continuó:

—Pero también hay otra manera —Alex esperaba que le preguntara cuál era la otra manera. Y lo logró. Tomó aire, midió el tiempo de respuesta y subió la apuesta. Lo estaba disfrutando. Y todo gracias a este personaje. Perdón. A su amigo Germán:

—Disculpá la mala palabra, pero la otra forma es un quilombo —se calló mirándome a la cara, sabía que no me gustaba que dijera malas palabras en la mesa. Asentí con la cabeza. Me sentí un poco avergonzado por perdonarlo, para que siguiera. Entonces continuó—: La matemática se aprende de a poco. Primero los números, después a sumar, la resta, multiplicar, dividir. Bueno, vos sabés cómo es eso. Después se pone más difícil. Cuando las cosas que nos enseñaron al principio fallan, faltan algunos números, o nos educaron mal; no podemos construir lo que viene después. Solamente nos queda repetir lo que ustedes dicen. Y después, repetir lo que dice cualquiera.

—Bueno. También está la posibilidad de decir que no entendés —dijo Adriana, que estaba escuchando y analizando todo.

Tomi, mi otro hijo de nueve años que parecía estar en otra, le contestó enseguida:

—Mamá. Un chico no se da cuenta que los papás se equivocan. Yo te creo lo que vos decís.

Para mí lo que vos y papá me dicen, es la verdad. Si vos o papá me dicen cualquier cosa, yo me voy a dar cuenta recién cuando sea grande.

—Nosotros no les mentimos —repetí algo sobrepasado por esta situación; que yo mismo había creado.

—Papá. Es para que entienda mamá. No seas tan lateral —dijo Tomi con una autosuficiencia jamás vista.

—Literal —lo corrigió Alex. Que después de pedirle a su madre un café expreso, sin cortar, se largó con todo—: Aceptamos lo que nos dicen como verdad los padres, los maestros, Internet. Entonces se genera un sistema que cierra en sí mismo. Aunque sean mentiras, no importa. Son cuentas mal hechas, que las corrigen otros que también las hacen mal.

Se le quebró la voz:

—Los que hacen las cuentas mal se creen especiales. Se protegen entre ellos. La elit... O algo así.

Y antes que dijera nada:

—Ya sé, papá, ustedes no nos mienten —dijo por lo bajo.

Volví a pensar que estaba repitiendo.

—Pero, ¿vos entendés lo que Germán está diciendo? — pregunté exagerando el interrogante.

Silencio.

Alex dudó: —Más o menos. Entiendo que él estuvo mucho tiempo con gente que creía sus mentiras, a cambio de creer las mentiras de los demás.

Silencio.

—¿Quiénes son los padres? —le pregunté a mi esposa. Adriana me contestó con cara de "cómo no sabés quiénes son los padres".

Y por lo bajo, agregó:

—"House of cards" es un poroto. —sin dejar ninguna duda.

Lo miré a Alex, que esperaba una respuesta. Me dí cuenta lo angustiado que estaba. Sonreí. Le dije que no se preocupara. Se lo repetí varias veces, sin estar muy convencido. Volví a decirle que se quedara tranquilo, que Germán iba a estar bien.

Pero seguía angustiado.

—Alex. Germán va a estar bien, porque se dio cuenta a tiempo —dijo Tomi con una sabiduría y una firmeza que deberían haber sido mías.

Alex se recuperó. Cuando vi que Alex estaba mejor, por el comentario de Tomi, traté de retomar el control de la situación y le dije que todavía era demasiado chico para tomar un café expreso sin cortar. Entonces Tomi, que se dio cuenta de la importancia de su comentario, avanzó y pidió jugar a "Call of Duty" con su hermano mayor. Nunca lo dejamos, porque es un juego de entrenamiento militar ultraviolento; y tiene nueve años. Alex se rió por primera vez, apoyando abiertamente el pedido de su hermano menor. Dudé. Más allá de la mirada directa de Adriana, que garantizaba una posterior discusión sobre límites, los dejé ir a jugar juntos.

Estuve contradictorio. Arbitrario. Demagógico. En definitiva, mentí. Pero si Tomi entendió a Alex mejor que yo... ¿No se merecían ir a hacer un par de “misiones especiales" juntos?

 

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