Sergio Saad
MALVINAS
Actualizado: 10 ago
—Dejen las pelotas colgadas en la alambrada afuera del cuartel —vociferó el suboficial.
Argentina, 1984. Servicio militar obligatorio. Periodo de instrucción. Siempre me pregunté por qué ese payaso con uniforme quería soldados sin pelotas. Entendiendo por pelotas los atributos masculinos que hacen a un hombre osado y valiente.
Un hombre que inspira confianza, respeto y temor.
—¿Por qué ese cabo nos pedía que dejemos las pelotas afuera del cuartel? —me pregunté una y mil veces.
La única respuesta posible era que necesitaban una masa de cuerpos dóciles, fáciles de domesticar; soldados que no se resistieran a las órdenes de un superior. En vez de formar guerreros con carácter, entrenados para defender a la Patria por medio de las armas; nuestro ejército pedía carne de cañón, víctimas de la obediencia debida. Este idiota con uniforme, pedía que nos relajemos, dos años después de haber enfrentado al ejército más poderoso del planeta.
Una locura. Todo fue una locura.
En la Guerra de Malvinas, fuimos derrotados... Como era de esperar. Pero los conscriptos que nos precedieron, “colimbas” como nosotros, jamás dejaron las pelotas colgadas.
Ni en la alambrada, ni en ningún otro lado.
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